sábado, 31 de mayo de 2008

123. La verdad sobre el caso Newton

Estudios recientes han revelado que a Sir Isaac Newton jamás le cayó una manzana en la cabeza. Le cayó un hombre rana.

viernes, 30 de mayo de 2008

122. La chica del ascensor

Le sucedió al amigo de la amiga de un amigo mío. Había ido al hospital a visitar a una pariente (nada grave). Subía solo en el ascensor, cuando éste se detuvo en la tercera planta. Las puertas se abrieron. La planta estaba totalmente oscura: ni siquiera había una luz de emergencia. Entró una chica en pijama, una paciente. Las puertas volvieron a cerrarse. La chica estaba muy pálida; tanto, que el amigo de la amiga de mi amigo le preguntó si se encontraba bien. Ella no contestó, pero le preguntó a qué planta iba. A la once, le contestó él. Qué casualidad, dijo ella, y le contó que, hacía muchos años, en la planta once había muerto una chica. No la habían ingresado por nada grave, y la gente no sabe si murió por la anestesia, o por lo que le hizo el anestesista mientras estaba dormida. El ascensor volvió a detenerse. Las puertas volvieron a abrirse, esta vez en una planta perfectamente iluminada: la once.

—Me bajo aquí —dijo el amigo de la amiga de mi amigo. Al salir del ascensor, oyó a su espalda la voz de la chica:
—Yo sé por qué murió.

Se dio la vuelta antes de que las puertas volvieran a cerrarse. La chica seguía dentro del ascensor.

jueves, 29 de mayo de 2008

121. La serendipia

Eva se encuentra recostada a la sombra del Árbol de la Ciencia. Le cae una manzana en la cabeza. La recoge, la mira, la sopesa. Está a punto de formular la ley de la gravedad, cuando un angelote que pasa revoloteando le desbarata la teoría.

miércoles, 28 de mayo de 2008

120. Las flechas

Odiseo no entiende cómo ha podido suceder. ¿Cómo es posible que la flecha no haya pasado limpiamente entre las hachas? Desesperado, pide una segunda oportunidad. Los pretendientes le dicen que de eso ni hablar. Pero Antínoo, que está a punto de morder una manzana, tiene una idea.

Telémaco se encuentra de pie, con la manzana encima de la cabeza. No tiembla, y tiene los ojos fijos en su padre.

La flecha atraviesa el ojo derecho de Telémaco.

Odiseo se arrodilla suplicante a los pies del aedo.

—Yo no he visto nada —lo tranquiliza Homero.

martes, 27 de mayo de 2008

119. La peluquera de Rapunzel

Hace mucho, mucho tiempo que Rapunzel no va a la peluquería. Sintiéndose despechada, la peluquera empieza a difundir un rumor.

A Rapunzel le ha crecido el cabello lo suficiente como para hacerse una trenza que le permita descolgarse de la torre. Una vez abajo, descubre que el príncipe no está.

lunes, 26 de mayo de 2008

118. Los duendes y el creativo publicitario

Había una vez un redactor publicitario. Era un trabajador disciplinado con algunos momentos de brillantez; la combinación de ambas cualidades le había proporcionado algún reconocimiento en la profesión: tres o cuatro premios y dos o tres palmadas en la espalda. Sin embargo, de un tiempo a esta parte había advertido que, a pesar de las muchas horas que le echaba, sus ideas (y sus textos) morían en algún punto del largo trayecto entre sus neuronas (y su ordenador) y los medios de comunicación; los directores creativos, los clientes o los implacables consumidores que participaban en los pretest: cualquiera de ellos podía ser el próximo verdugo de su trabajo.

Una noche, el redactor se encontraba trabajando en la agencia. Aunque era temprano (aún faltaba un poco para la medianoche), no quedaba nadie más. Él tampoco pensaba quedarse mucho rato: le bastaba con encontrar una idea que le permitiera comunicar de forma creativa el lanzamiento de una nueva porquería que, además de adelgazar, estaba deliciosa. Sólo tenía que encontrar esa idea, y se iría a casa. Mañana a primera hora ya escribiría los guiones. Pero la idea no llegaba y… De repente, lo asaltó un fogonazo de clarividencia: se dio cuenta de que ya no esperaba que la idea que saliera de su mente terminara convertida en anuncio, un anuncio epatante; lo único que esperaba era hacer los deberes. ¿Dónde estaba la ilusión que había tenido cuando entró en la agencia, no tantos años atrás? El redactor recogió sus cosas.

A la mañana siguiente llegó decidido a pedir la cuenta. Lo había meditado durante toda la noche, y no había vuelta atrás. Pero, al pasar delante de su mesa, vio algo sorprendente: en la pantalla del ordenador había unos guiones. Los leyó. ¿Quién los habría escrito? No estaban mal. Los pulió un poco, eliminó algunas frases reiterativas y los volvió a leer. Ahora estaban mejor. Los imprimió y fue a presentárselos al director creativo. Un mes después se fueron a rodarlos a la Patagonia.

Todas las mañanas era lo mismo. En su ordenador había unos guiones, eslóganes, jingles… Él los mejoraba, claro, y luego se los presentaba a su jefe. Éste se los hacía mejorar todavía más; luego, el cliente se los hacía empeorar. Medio año después, el redactor había sido promovido a director creativo.

Un jueves por la noche, se encontraba tomando unas copas con unos amigos. Borracho perdido, comentó el caso. Sus amigos, igualmente borrachos, le dijeron que eso fijo que eran duendes. Como estaban cerca de la agencia, decidieron ir a investigar. El flamante director creativo se mostró reticente: podía haber alguien trabajando… “¡Claro que hay alguien! ¡Los duendes!”, le contestaron los otros. El publicitario no opuso más resistencia; después de todo, le picaba la curiosidad…

Cuando llegaron a la agencia, los encontraron delante de su ordenador. A primera vista no parecían duendes. Parecían más bien un chico y una chica de unos veintipocos años. Y lo más sorprendente es que al director creativo le sonaban sus caras.

domingo, 25 de mayo de 2008

117. Los duendes y la viuda del zapatero

Aunque el zapatero llevaba muerto bastante tiempo, los duendes seguían haciendo zapatos. No sabían hacer otra cosa, y a la viuda ya le iba bien. Ella sólo tenía que proporcionarles material. Y ni siquiera debía preocuparse por su manutención: con el cuero sobrante les bastaba para alimentarse con holgura.

Poco a poco, la viuda fue aumentando la cantidad de materia prima. El negocio iba viento en popa, los duendes habían incorporado algunas mejoras al diseño de los zapatos y la demanda seguía creciendo. Los duendes no se quejaban del incremento de faena, nada de eso: ellos sólo trabajaban incansablemente.

Hasta que se cansaron. Una madrugada se plantaron delante (y debajo) de la viuda y la amenazaron con crear un sindicato. La mujer, a su vez, los amenazó con deslocalizar el negocio.

sábado, 24 de mayo de 2008

116. Redrum*

Estás en una isla casi deshabitada, con Verónica, el niño y todo el invierno para escribir la obra que marcará un punto y seguido en el género de la novela rosa. Una obra poco menos que autobiográfica, todo hay que decirlo. ¿Por qué, entonces, cada vez que abres el portátil acabas escribiendo una mala copia de El resplandor? ¿Tan difícil te resulta limitarte a novelar aquellos días, no tan lejanos, en que conociste a Verónica, etcétera, etcétera, etcétera?

La primavera se acerca y el documento de Word se llena de aparecidos, torrentes de sangre, hachas… Tienes que acabar con esto. Podrías matar a tus personajes de una puta vez. Pero eso no es algo que puedas hacer así por las buenas. Aunque sea una historia carente de originalidad y totalmente impublicable, no dejas de ser un profesional. Y un profesional tiene que documentarse como Dios manda. Pero en la isla no hay biblioteca, ni hemeroteca, ni siquiera tienes acceso a Internet. ¿Para qué, si ibas a escribir una historia poco menos que autobiográfica?

Sólo se te ocurre una manera de averiguar el sonido preciso del filo de un hacha sobre los huesos del cráneo.

* Lanigiro le ne sélgni ne.

viernes, 23 de mayo de 2008

115. Todos los años son bisiestos

El veintiocho de febrero pasado me acosté de cara a la puerta. Eran casi las doce, y apenas había cerrado los ojos cuando noté una fuerte sacudida. Abrí los ojos, encendí la luz de la mesilla. Me encontraba de espaldas a la puerta. Esto vino a confirmar una vieja sospecha: que todos los años son bisiestos. Lo que pasa es que nadie se acuerda. Tres de cada cuatro veintinueves de febrero son borrados de nuestra memoria. ¿Por qué? ¿Qué es eso que no quieren que recordemos? No lo sé.

Y, francamente, prefiero no saberlo.

jueves, 22 de mayo de 2008

114. Un caso (de modestia) aparte

Era un escritor modesto. O eso creía. En realidad, era un escritor pésimo. Poseía un vocabulario tan limitado que todos sus relatos estaban compuestos por las mismas ciento catorce palabras. Los críticos, confundiendo la necesidad con virtud, habían achacado su limitación léxica a la extravagancia propia de un genio.

El resultado era una obra absurda y delirante. Más que surrealista, parecía el trabajo de un chimpancé encadenado a una máquina de escribir cuyas teclas, en lugar de caracteres, imprimían palabras. Ciento catorce.

Y es que, a pesar de conocer tan pocas palabras, ni siquiera las conocía bien. Por ejemplo, creía que autobombo es cuando una mujer se deja embarazada a sí misma.

Si hubiera sido un buen escritor, habría podido ser modesto.

miércoles, 21 de mayo de 2008

113. El sueño de Morfeo

Morfeo soñó que era la Muerte. Cuando despertó, no sabía si era Morfeo que había soñado que era la Muerte, la Muerte soñando que era Morfeo, o un personaje de Neil Gaiman encerrado en el cuento de un escritorzuelo sinvergüenza que había tomado el cuento de Chuang Tzu como plantilla de Word.

martes, 20 de mayo de 2008

112. Cuatro horas para Febrero

La iniciativa partió de Diciembre, siempre tan propenso a las obras de caridad. En seguida fue secundado por Enero y Marzo, a quienes les pillaba más de cerca. Mayo, Julio, Agosto y Octubre tampoco tardaron en acoger la idea con entusiasmo. Después de todo, ¿qué les costaba a cada uno de ellos desprenderse de cuatro horas? Sin embargo, Abril, Junio, Septiembre y Noviembre se mostraron reluctantes. Ellos, a diferencia de sus colegas más desprendidos, sólo tenían treinta días. Si encima renunciaban a cuatro horas, la desigualdad seguiría existiendo. Además, dijo Septiembre, ¿qué pasará con los años bisiestos? Si le damos cuarenta y cuatro horas (cuatro por once meses) a un Febrero de veintinueve días, éste acabará teniendo treinta días más veinte horas, un día más que los meses de treinta días (que se habrían quedado con veintinueve días y veinte horas). A los meses de treinta y uno tampoco les hacía gracia que un menesteroso como Febrero se uniera al club de los meses largos.

La propuesta de Diciembre acabó siendo desestimada.

lunes, 19 de mayo de 2008

111. Los viejos roqueros nunca muerden [sic]

Desde nuestra posición no sólo teníamos una buena vista del escenario: también podíamos oler el aliento a güisqui de quien fuera una de las vacas sagradas del rock patrio. Sin embargo, lo que más nos sorprendió fue que empezara el concierto con una balada (una de las cuatro que había interpretado durante casi medio siglo de rock duro). Y más sorprendente aún fue que, aun tratándose de una balada (y a pesar de que tenía casi setenta años), se lanzara en plancha sobre el público: un mar de cabezas asombradas y mecheros encendidos. El güisqui prendió y el concierto acabó prematuramente.

domingo, 18 de mayo de 2008

110. Desalojo

A mí siempre me ha gustado mantener la mente ocupada. Crucigramas, sudokus, ecuaciones de segundo grado: todo vale. Pero hace un par de meses que la tengo ocupada por unos okupas. No es una situación agradable, porque les gusta trasnochar y fumar porros. Yo intento ignorarlos y ocupar la mente en otros asuntos. Pero está ocupada por ellos, y ni siquiera puedo pedirles que se pongan en mi lugar. Ya se han puesto, y no tienen intención de marcharse.

sábado, 17 de mayo de 2008

109. Babosas del demonio

De cuando en cuando se me ocurre vomitar un conejito.

JULIO CORTÁZAR, “Carta a una señorita en París”
Bestiario

Al principio la tomé por una legaña, pero era demasiado grande y viscosa. Además, las legañas no reptan. Definitivamente, tenía que ser una babosa de lagrimal. A la semana siguiente llegó la segunda y, nueve días después, la tercera. La cuarta apareció pasados cinco días, y diez días más tardé llegó la quinta. Las siguientes fueron apareciendo con una periodicidad semanal, más o menos. Si hubieran sido babosas normales las habría aplastado sin piedad. Pero eran hijas de mis entrañas, fruto de mis humores acuosos y vítreos. Así que las conservé con afán coleccionista y, no voy a negarlo, un cierto amor maternal. Las alojaba en una caja de zapatos como las de los gusanos de seda, pero aquellas babosas no llegaron a probar la lechuga. En realidad, sólo se alimentaban de cartón: lo roían lenta pero incesantemente, de modo que cada dos semanas les tenía que cambiar la caja. Eso fue durante los primeros meses, porque a medida que aumentaba la familia las cajas se iban consumiendo más rápido.

Llegaban sin avisar, lo que me causaba una cierta inquietud (todo hay que decirlo). Habrían podido aparecer mientras me hallaba charlando con el vecino, tonteando con la panadera, o siendo inspeccionado por el oculista. Afortunadamente, no llegó a producirse ninguna situación embarazosa. Por lo demás, éste era el único inconveniente. La secreción de cada nueva babosa no me producía ningún dolor. Hasta que llegó el primer caracol.

viernes, 16 de mayo de 2008

jueves, 15 de mayo de 2008

miércoles, 14 de mayo de 2008

106. Otra variante del sueño de Chuang Tzu

El hombre sueña que es una mariposa que sueña que es un hombre. Pero ¿es el mismo hombre? ¿O son dos hombres diferentes? ¿Puede una mariposa apreciar la diferencia entre dos hombres? Y si el segundo hombre sueña que es una mariposa, ¿en qué se diferencian ambas mariposas? ¿O son la misma?

martes, 13 de mayo de 2008

105. El sueño del que cae

Soñaba que caía al vacío. Al despertar, pensó que tal vez soñaba que acababa de despertar, cuando en realidad seguía cayendo al vacío.

lunes, 12 de mayo de 2008

104. El sueño de una noche de verano

Soñó que era una mañana de primavera. Cuando despertó, no sabía si era una noche de verano que había soñado ser una mañana de primavera, o era una mañana de primavera soñando que era una noche de verano.

domingo, 11 de mayo de 2008

103. Ser o no ser

—No sé —contestó la calavera. O quizás no lo hizo; quizás la calavera aparece en otro acto, o en otra escena, no sé.

viernes, 9 de mayo de 2008

101. El sueño de la reina

La reina soñó que era un peón. Al despertar, no sabía si era una reina que había soñado que seguía siendo un peón, o si seguía siendo un peón con delirios de drag queen.

jueves, 8 de mayo de 2008

100. El peluche

El osito de peluche acaba de descubrir que es un peluche: duro golpe para alguien que siempre había creído ser una Barbie.

martes, 6 de mayo de 2008

98. Caperucita Roja en los tiempos que corren

Caperucita Roja acude a un casting para protagonizar un anuncio de compresas. Allí conoce al Lobo Feroz, modelo de manos.

domingo, 4 de mayo de 2008

96. El miedo

El novelista se despertó con un sobresalto.

Hacía tiempo que se había marchado Calíope, tanto tiempo que ya casi no recordaba su verdadero nombre. Sin embargo, no estaba solo.

Lo supo a pesar de la total oscuridad y el absoluto silencio.

Al cabo de una breve eternidad, encendió la luz de la mesilla.

A su lado, sobre las sábanas, estaba la hoja en blanco.

sábado, 3 de mayo de 2008

95. Alienación

—Ayer me quedé viendo una película.
—¿De qué iba?
—De un tío que veía una película.
—¿No sería un espejo?
—¿Un qué?

viernes, 2 de mayo de 2008

jueves, 1 de mayo de 2008

93. Jason y sus semejantes

AVISO: El contenido de estas imágenes puede herir la sensibilidad de ciertos espectadores.


Mediante imágenes como de cámara oculta, vemos a un chico de unos diecinueve años que camina desenvuelto por la calle de una gran ciudad, en hora punta. Parece un chico sano y agradable.

—Jason era un joven como tantos otros… —empieza a narrar una voz en off.

Del interior de su trenca, el joven saca un libro, lo abre y empieza a leerlo. Todo esto, sin dejar de caminar.

—… hasta que cayó en el abismo de los libros.

La gente con la que se cruza se vuelve para mirarlo: unos, sorprendidos; otros, con reprobación. Muchos se apartan como si tuviera la peste. Una niña pequeña lo observa con curiosidad; su madre la hace volverse.

El chico sigue su camino, indiferente; parece que sólo le interesa lo que está leyendo.

—Jason se ha acabado refugiando en la compañía de sus semejantes, adentrándose más y más en una espiral de la que muy pocos lograrán salir.


Se encuentra con otros dos jóvenes. Les enseña lo que está leyendo, tal vez esperando compartir algún pasaje ocurrente. Los otros sacan sus propios libros.